
Jueves, 17 de agosto, son las 12:56, los niños y Kike están en la piscina y yo estoy de limpieza, lo que viene a ser “marujeando” en toda regla, acabando de fregar el suelo (algo que debería estar prohibido en vacaciones) y dispuesta a darme un baño en cuanto llegue a la piscina de la urbanización. Soñando con despojarme de tanto calor. Tengo la música puesta, suena “Wonderful Life” y de repente oigo el teléfono sonar, tardo en llegar a él y no me da tiempo a responder la llamada pero reconozco el número en la pantalla, sé que es de el hospital. Buufff, tengo mil pruebas pendientes por hacer por que en septiembre vuelve a tocar ITV pero algo dentro de mí intuye que no es nada de eso, como si mil sensores de alerta se disparasen dentro de mi cabeza.
Escucho con nervios el mensaje del contestador y llamo a la extensión que me indican, esos interminables minutos de espera… Me identifico y una amable voz me explica que estoy pendiente de operación y me han llamado para informarme de que estoy programada.
-Ingresa el lunes a las 07:00, en ayunas. La intervienen a primera hora.
-¿Este lunes?, ¿Si estamos a jueves?
Anoto con atención todas la indicaciones de la amable señorita. Cuelgo el teléfono, estoy sola y exploto.
No puedo contener las lágrimas y mi cabeza está apunto de explotar, en la breve conversación he pasado por todos los estados de ánimo posibles.
Por fin llega la operación, por fin la esperada reconstrucción, ¿Pero, cómo me organizo? ¿Qué hago con los niños? Todos trabajan, no hay colegio y me voy a pasar cerca de un mes sin conducir. Tenía tan asumido que seria para octubre que ya me había programado la organización, niños en el colegio, quien les llevaría, les recogería… Por no hablar de que tengo unos sofocos que me matan y me esperan semanas de abstención ante una ducha como Dios manda. Eso me horroriza, me da repelús, os lo conté en un post.
Pero llega la operación. La operación me repito a mí misma en voz alta, y he soñado con este día durante mucho tiempo. Y estoy en bucle. Una montaña rusa que me eleva desbordando ilusión y me deja caer en picado, me precipita al vacío con toda la organización de los peques para la larga recuperación.
Una vez más la vida me enseña que no hay planes que valgan, que las cosas suceden cuando deben suceder y que en muchos casos se nos escapan de las manos y no podemos hacer más que aceptar, de ahí lo de “La vida se acepta”.
Al cabo de un par de horas todo está más claro y tener fecha es motivo de alegría. Se lo cuento a los niños y están felices de que a mamá le arreglen la teta grande. Ellos tan naturales, afortunadamente son expertos en quitarle hierro al asunto y arrancarte una o mil sonrisas.
Estoy feliz, algo asustada, pero a la vez tranquila, ya es la cuarta operación y lo único que pido y deseo con todas mis fuerzas es que sea la última. Y que no duela tanto como la anterior por favor.
Os contaré mis aventuras por el quirófano, de momento este fin de semana voy a despedirme de mi teta, de la buena, al expansor estoy deseando perderle de vista. Voy a celebrar que avanzamos un paso más, y qué paso… Abrid paso!!!
Quirófano allá voy
Ahora son las 3 de la mañana, mi día dio un vuelco con esa llamada y mi super cita en quirófano, pero mi corazón se rompió con todo lo sucedido en Barcelona y aquí estoy escribiendo para contaros mi alegría a la vez que intento aliviar la grandísima tristeza.
Mi preciosa BARCELONA