
Se abrió la veda en el mismo momento en que me puse delante del ordenador y sin darme cuenta empecé a vomitar tanto sufrimiento que habitaba en el recuerdo, os conté mis miedos más profundos y los peores momentos de mi vida.
Me sorprendió a mí misma contarlo pero al mismo tiempo me apetecía compartirlo porqué sé que puede ayudar a quien camina por esos senderos.
Lo que no podía imaginar era la avalancha de mensajes preciosos y emails que me hicieron llorar, porqué existe una multitud silenciosa que no batalla por su vida como cuando se trata de una enfermedad, pero sin dudarlo daría la vida por esa batalla.
La maternidad está idealizada, creemos que vamos a poder ser madres justo en el momento que queramos, planificamos fechas para que coincidan las bajas de maternidad con la cercanía de las vacaciones y no se cuantas barbaridades más, lo de barbaridades lo digo ahora que sé de buena tinta que hay cosas que por mucho empeño que le pongas no pueden planearse.
Yo quería ser madre joven y cuando estábamos dispuesto a ello, cuando planeábamos y soñábamos en voz alta como seria nuestra familia, llego algo inesperado, una oportunidad increíble para mí, un buen empuje a la carrera profesional. Con la agenda a mil, viajes por todas partes y en una nueva empresa… los planes de ser papás se quedaron en stand by, y como nos creemos dueños del tiempo… esperaba despegar en el nuevo proyecto y luego ya veríamos como encajar todo.
Pero el deseo va creciendo porqué en realidad tú lo que quieres es ser mamá. Y pasan los años y te das cuenta de que aquello que tanto planeabas, aquello en lo que has invertido horas y horas de conversaciones infinitas, aquello que deseas con todas tus fuerzas, todo aquello que te han contando no siempre luce tan bonito.
En tu casa pasan los meses y sigues queriendo ser mamá, sintiendo que tienes mucho amor que dar y lo único que recibes a cambio es una desilusión tras otra que te visita cada 28 días. Lo sabes, hay cosas peores, y te lo repites a ti misma, pero duele tantísimo que tu corazón se rompe cada vez que ocurre.
Y empiezan las terapias naturales, y el primer mes tienes esperanza e ilusión, pero el mazazo sigue volviendo a golpearte, tú te recompones, aunque cada vez sea más duro, coges todos tus pedacitos y vuelves ponerte en pie, hasta que llega de nuevo el día 28.
Entre desesperación y desconsuelo te enfadas con el mundo y te preguntas mil veces
¿Cómo puede ser?
¿Porqué a mí?
No lo hagas más, no te tortures. Esta es otra de las preguntas sin respuesta que la vida nos planta en nuestro camino.
El nivel sube y ahí empiezan los tratamientos, pastillas, óvulos, pinchazos van y pinchazos vienen. Perdí la cuenta de las veces que iba con la neverita cargada en la maleta o en el bolso y me escondía en el baño para pincharme, y no queráis saber como lo hacía, yo… que antes temblaba con solo ver una aguja (lo digo con la más absoluta sinceridad).
Los tratamientos hormonales, el machaque físico y psicológico, todo es tan grande y se magnifica tanto que nadie puede llegar a entenderlo si no ha pasado por ello.
Y un día te encuentras con una amiga que te cuenta muy feliz que está embarazada y tú deseas de todo corazón felicitarla, pero lo único que eres capaz de hacer es llorar a moco tendido. Porque lo único que eres capaz de sentir es el peso de la injusticia de la vida cargado a tu espalda.
Porque es otro fracaso y además no sabes hasta cuando vas a poder seguir costeando tratamientos. Porque ser padres puede ser un cruzada muy dolorosa y extremadamente cara.
Si estáis en ese punto sé que el dolor es inmenso, pero si al fin lo conseguís, la satisfacción y la felicidad son tan y tan grandes que cuando por fin ocurre os prometo que no sabréis si vivís o soñáis.
Y como pareja, si superáis eso ya puede venir un huracán clase 5 que a vosotros no hay tormenta que os separe.
Otro día ya os cuento lo del embarazo de dos y el pánico de vivir en neonatos.
*La foto es a los 23 días de nacer, su primer día en casa los dos juntos.