
El diagnóstico bomba llegó a mi vida un jueves 13 de noviembre. Ese fin de semana subí a la montaña. Mi montaña. La que está al lado de casa. Sentí que necesitaba el contacto con la naturaleza y allí me desahogue, observé, grite y lloré todo lo que el cuerpo me pidió y en ese momento me sentí en la cima del mundo. Mi mundo. Ese que acababa de dar un vuelco de 360º y yo estaba con el alma rota pero convencida de que esa aventura solo tenia un ganador y ese era yo.