
Hace mucho que no paso por aquí, y no será por no pensar en ello, tengo mil proyectos solidarios, profesionales y el día a día (que no es poco) y el resultado es que a una no le dan más las horas y no llego a hacer todo lo que me gustaría y eso quiero remediarlo, aunque hoy quiero hablaros de otra cosa.
Ayer nos fuimos a la montaña con los niños, la escuela organizaba una minitrail y allí, rodeada de niños, de padres totalmente entregados a ellos solo venia a mi cabeza una cosa: Esto es realmente paz y dedicación de calidad.
Me di cuenta de que les dedicamos tiempo a nuestros hijos, todo el que podemos, son lo mejor de nuestras vidas y nos desvivimos por ellos pero la mayoría del tiempo les arrastramos a esta vorágine de mundo estresado en el que vivimos, siempre vamos con tanta prisa… les sometemos a una presión que verdaderamente no les toca y siempre estamos con el corre que es tarde en la boca (o casi siempre), sé que el mundo va acelerado pero en realidad…
¿Adelantamos mucho?
Y a la que salen de la burbuja del estrés y les queremos dar un poco de diversión.
¿Qué hacemos?
En realidad lo cambiamos por una extrema súper protección. El corre o date prisa dan paso al “CUIDADO”. Cuidado con esto, suelta ese palo, no te subas aquí, te vas a caer, no corras tanto, esto resbala, el agua está fría, no, no, no…
¿Y así les dejamos divertirse?
En realidad no, si retrocedemos en el tiempo y nos acordamos de cuando éramos pequeños, entonces pasábamos el día en la calle. Tu madre te llamaba dando una voz desde la ventana y todos tan contentos. Ahora es impensable hacer eso, y yo soy la primera que no lo haría, pero lejos de dejarnos solos también nos dejaban autonomía para divertirnos de verdad. Para hacer lo propio de los niños. Escalar piedras, hacer carreras, guerras de agua, columpiarnos, saltar,…
Hoy en la montaña me di cuenta de que allí no hay estrés y es el entorno ideal para dedicarnos a ellos, dedicarles realmente tiempo de calidad, poder dejarles hacer lo quieran, dentro de unos límites claro, no se vayan a ir al barranco, pero dejarles que sean niños de verdad y se comporten como tal.
Y ahora que llega el buen tiempo creo que es momento perfecto para concederles esos ratos de niños. No llevarles al chiquipark , que nos hemos vuelto muy comodones y les metemos en una piscina de bolas o una de esas mega estructuras donde, aunque no les veamos, sabemos que no salen, mientras nos tomamos un café tranquilamente. Perdóname, pero con toda sinceridad, eso no es tiempo para ti… ¿Quién quiere un café con la agradable sinfonía de 25 niños chillando? I no es el mejor tiempo para ellos.
Llévales al monte, o la playa, o a cualquier otro sitio al aire libre, y si de paso les inculcas que el deporte es parte de la diversión mejor que mejor. A mí me encantaría que Èric y Martina se aficionaran a la montaña conforme van creciendo, no pretendo convertirles en unos pro, simplemente me conformo con que el ejercicio forme parte de sus vidas, como algo positivo, sano y necesario.
La montaña te da la oportunidad de jugar con ellos y ser su héroe.
Aléjales del consumismo extremo de este mundo, que se pasan el día pidiendo pero es que nosotros les enseñamos, sin querer, que todo se consigue con dinero. Déjales jugar, que se arriesguen, acuérdate de que antes los columpios eran de hierro, que saltábamos en chanclas y arrancábamos a correr con unas zapatillas cualquiera (ahora les convertimos en pro runners para un simple picnic).
Mi reflexión. Que vayamos a perdernos al monte, que allí se respira paz, y nos olvidemos del mundo, dándole a los niños tiempo de calidad y contagiándonos de su felicidad.
Os dejo alguna foto de mis #babytwins que han disfrutado a tope, solo hay que verles la carita de emoción.
NOTA: Si este paseo por el monte te ha dado en qué pensar… ¡Compártelo!
Quien sabe, quizás conseguimos más paseos por el monte y menos horas de videojuegos. 🙂