
El diagnóstico bomba llegó a mi vida un jueves 13 de noviembre. Ese fin de semana subí a la montaña. Mi montaña. La que está al lado de casa. Sentí que necesitaba el contacto con la naturaleza y allí me desahogue, observé, grite y lloré todo lo que el cuerpo me pidió y en ese momento me sentí en la cima del mundo. Mi mundo. Ese que acababa de dar un vuelco de 360º y yo estaba con el alma rota pero convencida de que esa aventura solo tenia un ganador y ese era yo.
La naturaleza me ha acompañado durante mucho tiempo. Cuando la quimioterapia hacía estragos en mí, yo batallaba por desterrar a patadas de mi cuerpo tanto residuo químico y así estar mejor, intentar tener un organismo “más limpio” y más fuerte, preparado para la siguiente sesión. Me esforcé mucho (lo conté en algún post) y el deporte fue una excelente disciplina. Salí a caminar y a hacer rutinas al aire libre aún cuando las fuerzas flaqueaban, me empapé de vida, de aire puro y llegué a sentirme más viva que nunca. No he dejado de hacerlo, sigo paseando por la montaña y me sigue encantando el deporte al aire libre, pero conforme pasaron etapas y sin darme cuenta se forjó un deseo, una ilusión, un reto.
Mi reto pendiente, quiero transmitirte todo lo que significa para mí así es que es que ponte cómod@, dale al Play y charlamos un rato.
La foto es de un 15 de noviembre, 2 días después de mi fatídico día 13, cuando el cáncer entró en mi vida arrasando con todo. Tengo los ojos hinchados por lo que llegué a llorar en la cumbre de mi humilde montaña. Es la foto que acompaña al post porque creo que, sin saberlo, allí empezó todo, allí corrí a buscar refugio entonces y allí he vuelto antes de algo importante, la montaña siempre te da esa paz…
Te espero a la vuelta para contarte todo. Un abrazo enoooorme.